domingo, 6 de diciembre de 2009

Mi pequeño tributo a mi gran maestro

Damas, caballeros, permitid que hable un momento en serio para, inmediatamente, dejar de hacerlo.

Hoy se cumplen seis años de la muerte del que puedo decir, sin lugar a dudas, que fue mi primer compañero de clase en la facultad. Darío Fernández Arjona, uno de los dos primeros amigos que hice en Málaga. Sé, en el fondo de mi corazón, que se arrepintió profundamente de haberme insistido en que contara tantos chistes aquella noche. Pero el daño estaba hecho, ya nos habíamos metido el uno en la vida del otro y ya no había vuelta atrás.

Maestro en la comedia y en la vida, cómplice en mis desventuras amorosas y en mis resurgimientos, rival en nuestras polémicas guerras de gusanos, hermano de armas en las batallas de Trivial. De Darío aprendí muchas cosas. La primera, y una que jamás voy a olvidar, es que cuando no hay nada que puedas decir o hacer para resolver los problemas de un amigo, siempre te queda el recurso de hacerle reír.

Junto con otros tres amigos (y tres más en la categoría de fantasmas), Darío y yo compartíamos una gilipollez enorme: “Somos la Caña”, un foro de insultos, desde el cariño entre nosotros, a la yugular para con el resto. Era sólo una de nuestras guerrillas, rivalizando muy de cerca con los mail-bomba (larga historia, digamos simplemente que intentábamos enviarnos correos electrónicos explosivos... y a poder ser cada uno con un efecto más devastador que el anterior). Pero la Caña sirvió para mantener vivo algo que ninguna otra guerrilla pudo. Cuando Darío empezó a viajar, cuando le perdí el contacto, la Caña era un recuerdo constante de la época en la que vivimos juntos, de nuestros comienzos como universitarios. De alguna forma, escondido bajo el pretexto de continuar las gilipolleces, la Caña estaba ahí para recordarme lo mucho que deseaba volverlo a ver.

Así que cuando Paco me llamó para darme la noticia, de pronto comprendí lo que acababa de perder. No sólo me habían quitado a un amigo. Hacía más de un año que no le veía, y de pronto tenía que digerir que ya no le iba a ver jamás.

Dicho así suena egoísta, lo sé. Por mucho que hubiese disfrutado la vida, Darío aún era joven cuando fue asesinado. En términos de alguna inexistente justicia cósmica, a Darío le habían arrebatado todo el tiempo que le quedaba por vivir. Jamás, creo, podré perdonar a los atracadores por eso. Pero ahora analicemos la situación. A mí me habían robado la oportunidad de volver a hablar con él, de volvernos a reír. Ya no íbamos a vernos esporádicamente para contarnos lo mal que me trataba la vida y lo bien que se lo pasaba él en sus viajes (no hay rencor alguno en esta frase, en serio; es que, en el fondo, si no le contaba mis desventuras no era yo mismo). Ya no íbamos a compartir nuestras gilipolleces interminables. Llegado el caso, ya no podríamos volver a encontrarnos como adultos maduros y viejunos, y nunca, nunca podría decirle en persona todo lo que hoy estoy poniendo por escrito.

¿Qué pretendo decir con esto? No sabría decirlo, no tengo nada consistente, estoy escribiendo por escribir. He empezado este texto describiendo a Darío, y he llegado a un punto en el que el centro del texto soy yo. Pero, supongo, esto tiene un sentido.

Yo soy Darío. Al menos en parte. Al igual que Paco es Darío, al igual que Raúl es Darío, al igual que todo aquél que le haya conocido es, en mayor o menor medida, Darío. Porque nadie puede pasar por este mundo y dejar a todos los demás indiferentes. Siempre dejamos nuestra impronta en alguien. Hacia el principio he definido a Darío como uno de mis maestros; más adelante he dicho que de él aprendí muchas cosas.

A eso me refiero. Parte de lo que yo soy hoy lo soy gracias a Darío. Y en el fondo albergo la esperanza de no ser el único. Sé que también ha influido, y mucho, en Paco. Sé que ha dejado su huella en Raúl. Incluso al Disidente le ha debido enseñar algo. Pero aparte de nosotros, aparte de los que nacimos Cañeros, Darío ha viajado por el mundo, ha hecho nuevas amistades, digamos que ha “marcado el territorio”.
Si este mundo es justo de alguna forma, Darío está en muchos países. Hay un Darío en Inglaterra. Hay un Darío en Perú. Hay un Darío en Argentina. Allá donde Darío haya puesto el pie, hay una huella de él, alguien que haya quedado atrás, alguien que haya aprendido de Darío y que, gracias a él, o por su culpa, ahora sea una mejor persona en uno u otro aspecto.

Y si eso es así, entonces puedo sonreír en estas fechas. Mi amigo, mi compañero, mi eterno rival, mi hermano de Caña, sigue vivo en más personas de las que lo estuvo cuando le conocí. A quién le importan los asesinos, los insensibles, los ruines, los que no le recuerdan porque nunca le conocieron. El mundo está poblado por muchos tipos de personas. Están los rastreros. Están los buenos. Están los normales. Y luego estamos los que aprendimos de él.

Ni mejores, ni peores, ni tan siquiera estrictamente distintos. Sólo, de alguna forma, enriquecidos.

Pero basta de nostalgias. No pretendo que este post sea un compendio de tristezas y añoranzas. Esto es un homenaje a una de las personas más divertidas que he tenido el inmenso privilegio de conocer. Y he querido aprovecharlo para publicar, por primera vez en la historia de la humanidancia, un documento histórico escrito por... ehm... bueno, vale, por mí, lo siento, no tengo documentos suyos ¬¬ Se trata de una carta que decidí, con la colaboración de Paquito y de Jorge, escribirle en su día para enviarle cuando aún estaba estudiando en Inglaterra. Diré, simplemente, que está inspirada en algo de lo que él se quejaba mucho... y en el sentido del humor cabrón y jodón que aprendí de él.

Sin más, disfrutad de este documento. Como habría disfrutado él, de haberme dado tiempo a mandárselo antes de que se volviera a España.

Añorado compañero:

En la España Cañí de tu niñez, cada año los gañanes se empeñan en apiñar sus viñedos en Logroño. La peña de Íñigo Piña ha empequeñecido con la extraña partida de Iñaki y doña Toñi, la coruñesa de ojos castaños. Para evitar que se empañen sus ojos con pequeñas lágrimas, les he apañado un añejo Don Periñón y un Cariñena que ni en sueños podrán tachar de ñoños. Tamaña muestra de maña me será mañana regañada, pues los dueños de las viñas eran extraños y no me atañen. Pero hasta la riña, dejemos que las legañas unan mis pestañas en la mañana, cuando el sueño araña a cualquier señor haciendo caer como un leño hasta a un ñu.

Esta mañana la cañería del baño se ha hecho añicos, enseñándome lo que es la tiña y tiñendo el bruñido acero del caño. Añado que, como el Miño, el baño ha sido de gran tamaño. Pero somos la caña, y como señores españoles de cuño y no como greñudos gañanes ceñudos hemos alzado los puños cual cañones y nos hemos dejado las uñas ciñendo de nuevo el caño a su sitio. Ha sido un coñazo, sobre todo por las ponzoñosas arañas, pero hemos hecho el apaño como niños en un ensueño de otoño. Eso sí, luego hemos tenido que limpiarlo todo con un paño.

¿Qué te cuentas? ¿Qué tal Bretaña? ¿Son desdeñosas las niñas? ¿Hay muchas vacas que ordeñar? ¿Tienes ya greñas como para cogerte un moño? ¿Has tenido algún retoño? ¿Cómo coño te las apañas cuando tienes sueño por las mañanas y tañen las campanas? ¿Son uraños los que gruñen por el peñón? ¿Hacen muchas coñas sobre las musarañas? ¿Hay leña como en las montañas mañicas? ¿Se desgañitan los Caños? ¿Cerdeña pilla cerca? ¿Y Borgoña? ¿Sigues hablando español? ¿Hay muchos niñatos? ¿Son tiñosos? ¿Bretaña va bien como España, o allí tampoco les engañan? ¿Hay riñas entre los niños y las niñas, o se apañan? ¿Qué tal los riñones? ¿Y esos sabañones? ¿Dicen “Ñam” cuando comen? ¿Te has despeñado muchas veces por las montañas? ¿Vives en una cabaña? ¿Te cepillas los piños? ¿Te las cepillas a puñados? ¿Tu cabaña es norteña o sureña? ¿Tus greñas están enmarañadas? ¿Es Smith un sinónimo de Núñez, de Villafáñez o de Rodrigáñez? ¿Te has escoñado ya, arañándote con los peñascos en algún piñazo? ¿Hay coñac? ¿Sabes que hemos encontrado el apellido Ñoman en la guía de teléfonos de España? ¿Rebañas el plato? ¿Hay rebaños de greñudas ovejas? ¿Y rebaños de ñus? ¿Se bañan en bañeras de bruñido acero los rebaños de ovejas greñudas y de ñus ceñudos? ¿Qué sabes de Gómez de Liaño? ¿Los de Bretaña son señoritos y señoritas? ¿Comes castañas? ¿Si te mandan a hacer puñetas, te enfurruñas o les mandas a comerse un gruño? ¿Viendo a una niña con las castañas de buen tamaño, se te monta la tienda de campaña? ¿Has visto Operación Truño? ¿Tienen puñales de puño de aluño? ¿Puede un entrañable muñeco de guiñol (o teleñeco) santiagueño añil llamado Liñán Sedeño ocupar un escaño? ¿Has encontrado algún extraño que te enseñe qué significa “Joroña que joroña”? ¿Qué diferencia hay entre un roñoso o roñosa, un roñica y un tacaño? ¿Sabías que a Rawi Peña, el algecireño, las garrapiñadas le provocan migraña? ¿Cómo aliñaban el armiño los cromañones a la orilla del Miño? ¿Qué coño es un miriñaque? ¿La uña de tu meñique, qué tamaño tiene? ¿Le has visto el muñón a Muñoz? ¿Qué es poñoñañoco? ¿Hay pirañas en tu bañera? ¿Llevas bañador, o te ganas puñetazos por ello? ¿Haces cuñas? ¿Un truño es lo mismo que una boñiga? ¿Plañen las cigüeñas con el tañido de las campanas de la mañana? ¿Te endiñan si te jiñas en la alfombra, o la diñas de vergüenza? ¿Tienes algún compañero de piso que diga “¡¡¡ÑOSSS!!!” cuando se enfurruña?

Bueno, pues para que veas que tenemos detalles contigo, ahí tienes suministro de eñes para un año. Dosifícalas con maña, no abuses de ellas con saña. Nada más, salvo que te extrañaremos este año aquí en España, ¡coño!

Con cariño,

Tus compañeros cañeros.





P.D: Y añado: CUÑAAAAAAAAAAOOOOOOOOOOOOOOO...!!!!!


Descansa en paz, Darío. Te lo has ganado. Y siéntete orgulloso... has dejado huella ;)