Sé que en Enero no dije nada.
A decir verdad, estaba tan harto de todo lo que iba saliendo mal que no tenía ganas de pasarme por el blog. Ya sabéis, fue en aquella época después de los posts borrados, después del cliente que me robó el trabajo (os alegrará saber que finalmente descubrí que me había estado timando TRES MESES, en absolutamente todo lo que me había prometido... eeen fin).
No tenía muchas ganas de pasarme por aquí, la verdad. Pero eso no significa que me olvidara.
Ahora que las cosas se van medio normalizando (hincapié en "tirando a no", palabras que no aybqye están en la frase claramente se sobreentienden), llegamos a la segunda fecha señalada. Y aunque este año, como todos, he cumplido con la parte presencial... creo que aún falta cumplir con la telemática.
Quisiera aprovechar, como todos los años, para recordar al público en sus casas que este post es poderosamente personal, lo que significa que habrá quien no sepa de qué estoy hablando, quien se sorprenda de leer estas cosas y quien sencillamente no sepa qué decir. A todos esos, amado público, a todos vosotros os digo "ni falta que hace". Esto es algo que simplemente necesito decir. Quien quiera responder que lo haga, pero que nadie se sienta obligado porque no voy a ir pasando lista ni nada por el estilo. ¿De acuerdo?
Deee acuerdo.
Montserrat Martínez Fernández nació tal día como hoy (menos dos meses) hace ya treinta años. Desde el día que la conocí la he querido como una hermana. Quizás por eso de que lo es, y tal.
Para quienes nunca antes hayan oído hablar de ella... Montserrat era lista. Era muy lista. Sus compañeros de clase solían decirle que, si algún día fallaba un ejercicio de matemáticas, le hacían un monumento. Y era una gran pianista. Muy buena. Su talento iba cuatro cursos por delante que ella, y así lo demostró en el último concierto de alumnos tocando una pieza que aún no debería haber podido aprender. No creo que nadie haya hecho nunca una interpretación más memorable de un nocturno de Chopin (del compositor, no de la croqueta con patas que tengo por gato). Siempre ha hecho todo lo que ha podido para enseñarme a mí a amar la música tanto como ella... y en cierto modo, supongo, se puede decir que lo ha conseguido. Puedo decir, sin ningún género de dudas, que hoy soy la persona que soy, y no el imbécil que podía haber llegado a ser, gracias a ella.
Nació tal día como hoy, menos dos meses, hace treinta años.
Murió tal día como hoy, hace trece.
Y no estoy triste. El tiempo, si tú le ayudas, cura las heridas (si no le ayudas... bueno, el tiempo es como los funcionarios, si no le empujas no hace ni el huevo). No estoy triste, porque tengo más motivos para no estarlo. Tengo una buena familia. Tengo buenos amigos. Tengo una novia maravillosa. Tengo barba. Y si nos ponemos metafísicos, tengo la esperanza de volverla a ver más tarde o más temprano. Así que no estoy triste. Cada año resulta más fácil, cada año duele menos. No estoy triste.
Pero la echo de menos. Y no la he olvidado.
¿Qué sentido tendría eso? Montserrat es una parte importantísima de mi vida. Como ya he dicho, gracias a ella soy la persona que soy, gracias a ella soy el músico que soy, y aunque eso no fuese así ha sido mi hermana desde que nací (en ese orden, que ella nació antes). ¿Qué sentido tendría olvidarla sólo porque no está? No voy a dejarme arrastrar hacia el fondo, no voy a hundirme, porque la vida sigue y si me hubiese pasado todos estos años sentado en un rincón y llorando me habría perdido todo lo que tengo hoy. Pero no voy a olvidar a mi mejor maestra, a mi más memorable compañera de juegos, a mi celebrada co-pianista. No voy a olvidar que tengo una hermana (aunque no la tenga a mano).
Feliz aniversario, Montserrat.
Y ahora sigue descansando, que te lo has ganado.