EN EPISODIOS ANTERIORES DE “TE ODIO MUCHO”...
... nuestro intrépido gilipollas había logrado finalmente licenciarse en la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas después del periodo reglamentario de siete años (cuatro de carrera y tres... ehm... ¿cogiendo experiencia?). Ante este nuevo mundo que se abría (y se cerraba) a los licenciados universitarios, el plan de dominación mundial de nuestro héroe (risas del público) acababa de entrar en su primera etapa.
¡Y AHORA NO SE PIERDA EL NUEVO Y SENSACIONAL EPISODIO (en realidad es casi un arco argumental entero, pero voy a intentar resumirlo en un solo episodio)
, “EL ATAQUE DE LOS PAYASOS HINCHABLES MUSICALES NUDISTAS”!EDITO: Se me ha hecho notar recientemente que este blog, que tradicionalmente no lo leo ni yo, se ha hecho demasiado visible en google gracias a esta entrada. Para no incurrir en problemas legales, voy a editar un poco el texto. Seguiré contando la misma historia, podéis estar seguros, y no voy a eliminar nombres; sólo voy a hacerlos algo más difíciles de encontrar para un buscador.
También debo decir que tenía que buscar algo con que sustituir tanto el nombre de la empresa como el del empresario; pero una intensa búsqueda en google me ha llevado a descubrir que es más fácil encontrar esto por el nombre de la empresa que por el del empresario, así que de momento así se queda.
La aventura ha comenzado. El mundo está necesitado de publicistas ingeniosos y creativos que traigan la renovación al mundo de los intermedios. Y yo he llegado dispuesto a ocupar mi lugar en el Ciclo de la Vida. Pero para eso necesito experiencia. Y claro, no tendré experiencia si no me dan un trabajo, y no me darán el trabajo si no tengo experiencia... es la empanadilla que se muerde la cola.
Ante esta situación, me vi obligado a aceptar (pero además encantado) mi primer trabajo como publicista freelance para una empresa llamada “Producciones Vértigo”, que a posteriori demostraría llamarse “Espectá
NALGAS Vértigo” (el nombre ha sido sutilmente modificado para evitar que el google lo encuentre). Lo que explica por qué no son una productora.
Mi cliente, un joven y emprendedor caballero cuyo nombre (Jesús Rivas) no voy a decir para mantener su anonimato (ya sabéis, el anonimato de Jesús Rivas), era un ferviente admirador del trabajo de los creativos publicitarios; así como un enemigo acérrimo de todos los algecireños, habitantes de la ciudad en la que él trabaja y a la que llama con cariño “Garrulandia”. Impresionado por mi currículum (por eso de que he estudiao, y tal), me llamó encantado para concertar una entrevista esa misma tarde. Y ahí fue cuando tuve mi primer contacto con el producto que debía desarrollar.
La empresa de espectáculos que había llevado la palabra “Producciones” en su nombre (y luego había dejado de hacerlo) se encarga en realidad de representar a distintos colectivos de artistas para fiestas y eventos sociales. De entre estos profesionales del mundo del espectáculo y el entretenimiento a los que representan, y que pueden dividirse en especializaciones sociodemográficas (según si su actividad está destinada a un público adulto o, por el contrario, para toda la familia). Y eso es lo que el cliente quería ver representado en su campaña de comunicación: el hecho de que ellos te contratan a los payasos, los castillos hinchables, las orquestas para las bodas, y la stripper para la despedida de soltero (o el stripper para la despedida de mismo soltero una vez que se decide a comunicar sus verdaderos deseos a sus familiares y amigos).
Así es. Había un cartel, uno, en el que debía mostrar estos cuatro servicios a la vez. Payasos y castillos hinchables junto con stripteases. Y, de fondo, una oferta tan variada de productos musicales que uno no sabría si quedarse con la tuna o los mariachis.
No contento con eso, el cliente también quería un par de flyers a dos caras, uno destinado a público infantil, otro para público adulto. Y para esto, con suerte, se podrían utilizar las mismas imágenes del cartel. Pero sólo con suerte.
Eeen fin. Comienza la odisea. Quedamos en que le tendré un primer borrador en una semana. Me lo tomo con calma, estudio la mejor composición que se me ocurre, busco una forma de integrar estos cuatro elementos tan dispares en una misma imagen (porque el cartel original, que a la sazón había sido hábilmente diseñado por el anónimo Jesús Rivas, parecían cuatro intentos fallidos de carteles independientes pegados con nulo éxito), y comienzo con la parte más delicada: la búsqueda de imágenes libres de derechos de autor. En una primera vuelta, y de gratis, sólo encuentro un castillo hinchable oculto entre la hierba, una trompeta que repetir tres o cuatro veces, y una foto de un payaso tan realista, tan natural, que sólo le faltaba roncar. Me falta, por tanto, la stripper.
Me la fabrico. En 3D. Tirando de poser. Creo a mi propia stripper, libre de derechos de autor (más o menos), exclusivamente para el cartel de este tío. Utilizo la espiral que la empresa tiene como elemento de identidad visual corporativa, y pongo a los personajes saliendo de entre sus bucles. Una idea que logra aunarlos a todos dentro de la marca. Y, con valor y coraje, el lunes siguiente (es decir, el lunes pasado) le envío una versión preliminar, a baja resolución y con marca de agua.
Le gusta, y me dice que quiere ver el cartel y los flyers cuanto antes. El miércoles me traían los muebles nuevos del dormitorio y el ordenador debía estar desmontado cuanto antes, así que le pregunto cuándo lo quiere por si puedo ponerme a partir de esa tarde. Los quiere para el martes (es decir el día siguiente). Convenzo a mis padres para no desmontar todavía el ordenador, y me pongo a ello cuanto antes. Pero aún viene la parte delicada: los flyers.
El cliente queda conmigo para tomar un café y traerme los originales en PSD para poder ponerme a trabajar con ellos. Negociamos sobre el precio; yo me he informado previamente de cuánto se suele pedir por un trabajo como éste, y decido ser compasivo y generoso y rebajárselo a la mitad. Pero cuando le digo “Trescientos euros”, él me insiste en que se lo deje a la mitad (es decir, a un cuarto). Acabamos decidiendo que vale, que como oferta de lanzamiento y dado que no ha resultado tan difícil este trabajo, se lo puedo dejar en ciento cincuenta para empezar. Me parece una miseria, pero hay que captar clientes.
También me da los datos de su suscripción a una web de imágenes de archivo de pago. Gracias a eso consigo unas trompetas mejores, un payaso no narcoléptico (ni alcohólico, como los del cartel original), pero sigo sin localizar una buena stripper ni un castillo hinchable. Entonces me entero de que el castillo que el cliente me ha pasado, y que utilizó en su cartel original, estaba sacado del google directamente. Por lo que probablemente TENÍA DERECHOS DE AUTOR.
Ante esa situación, y como profesional que soy (¿por qué se ha reído el público otra vez?), le digo que no puedo utilizar esa imagen y que pueden surgir problemas legales. Él me dice que está dispuesto a pagar la multa si llega (estoy tentado de poner la foto del castillo hinchable y hacer un llamamiento a ver si alguien la reconoce). Yo, por si acaso, le fabrico un castillo hinchable libre de derechos de autor en 3D, y a la mañana siguiente le mando dos versiones del cartel (una con su castillo robado de Internet, otra con mi magnífico castillo libre de derechos). Se las mando las dos para que pueda elegir, asesorándole acerca de las ventajas de una imagen libre de derechos de autor y en buena resolución.
Llega el nuevo día, y el cliente me llama. Efectivamente, está totalmente de acuerdo conmigo en que el mejor castillo hinchable, de los dos que yo le he propuesto, es el que él se bajó de google (ahí empiezo a sospechar que igual ese señor como que no escucha). Los flyers le parecen bien. Pero quiere un par de modificaciones. Sí, porque ¿para qué conformarnos con un simple cartel publicitario, pudiendo tener un cartel híbrido del formato estándar y el clásico “Estudiante busca piso, arranca esta tira de papel con mi número de teléfono”. Hago los cambios pertinentes, y empiezan las complicaciones.
A saber: que necesita dos strippers, chico y chica, en lugar de uno (a lo que cabe preguntarse: ¿qué le costaba decírmelo antes?); que el payaso es muy Joker (a lo que, como experto, le respondo sin vacilación “No”); que los números de teléfono en las tiritas para arrancar están orientados de forma que tengas que girar la cabeza hacia la derecha, en lugar de hacia la izquierda, para poder leerlos (lo cual, considerando que cuando se arranque el papelito lo vas a mirar desde el ángulo que te salga de los cojones, es un serio problema porque...); y quizás mi favorito: que el icono del auricular del teléfono está al revés, que debería mirar hacia la derecha (claaaro... porque todo el mundo sabe que, según la Biblia y el Código de Hammurabi, el teléfono debe cogerse con la mano izquierda y mirando al norte). Pero eso sí, que respeta mucho mi criterio como creativo publicitario y que él no tiene ni idea. También me pide que ponga no sólo el número del fijo en los flyers, sino también el del móvil.
Pero atención, que aún puede ser mejor. Esa misma mañana, cuando me llamó y le comenté la falta de castillos hinchables de archivo, me remitió a la web www.rentacastle.com. Yo pensaba que quería que cogiese una foto de alguno de los castillos hinchables que allí alquilan (lo que significaba utilizar imágenes del producto de otra empresa como propios, cosa que la última vez que lo consulté era así como ilegal); pero no, gracias a Dios no era eso. No, lo que mi sabio cliente quería era que utilizase EL ICONO CON EL LOGOTIPO DE LA EMPRESA (que por cierto, medía sesenta por sesenta y el cartel es en A3 a resolución 300) COMO CASTILLO HINCHABLE PARA NUESTRO CARTEL. Es decir, utilizar la identidad corporativa de otra empresa como clipart. Lo que se sale de lo ilegal y entra directamente en el terreno de lo gilipollas.
Me niego a utilizar esa imagen y le corrijo todos los fallos a las prisas; a fin de cuentas, el cliente (que creo que se llamaba Jesús Rivas, pero que no pienso deciros su nombre para poder mantenerlo en el economato) quiere llevar todo esto a imprenta cuanto antes, está perdiendo dinero cada día que pasa sin tener los carteles y los flyers (porque de las pegatinas me niego categóricamente a hablar por ahora), así que lo necesita ya para esa misma tarde (la tarde de ayer). A la vista de eso, y con todos los fallos corregidos, le grabo el CD y se lo entrego; quedamos en que me pase el viernes a por el cheque. Trabajo entregado dentro del plazo, objetivos cumplidos, quizás podía haberlo hecho técnicamente mejor pero la idea me convence.
Ahí cometí mi primer gran error. En cuanto el tío se fue, mira, yo parecía Gollum:
“¡¡Ido, ido, ido, Smeagol es LIBRE!!”, y me lo creí. En cuanto llegaron mis padres empezamos a hablar de desmontar el ordenador para poder vaciar del todo la habitación esa misma noche (salvo la cama, que en algún sitio tendré que dormir), en mi confianza de que ya no me corría prisa utilizarlo.
Podrían ser las ocho de la tarde cuando me volvió a llamar, diciendo que a sus empleados les había horrorizado mi trabajo. Al parecer el flyer de la música les había parecido apagado y sin vida (pese a que en mi flyer había personas y en el suyo sólo tres cliparts pegados sin orden ni concierto); el de los strippers les daba miedo, les recordaba a Darth Vader y no les transmitía ningún tipo de erotismo (pese a que en mi flyer había dos siluetas sensuales con miradas penetrantes y en el original dos strippers de neón pegados a la pared para ser sometidos al interrogatorio, concretamente la chica colocada sobre el hombro del chico); y los números de teléfono en los flyers estaban demasiado achatados (normal, me has pedido que meta dos números en el espacio de uno), pero atención: pese a formar ambos parte del mismo bloque de texto, pese a haber sido achatados los dos a la vez y en igual proporción... a TODOS los de la empresa les parecía que el móvil estaba perfectamente proporcionado y que sólo el fijo estaba aplastado. El texto de un flyer quedaba ilegible, los faldones de los flyers muy apelmazados (pese a ser el mismo formato del original) y algunas frases de los mismos demasiado cerca de los márgenes, lo que podía dar problemas en la imprenta (nuevamente es curioso que esas frases eran las originales y yo no las había tocado de donde estaban). Total, lo necesitan para el miércoles por la mañana para llevarlo a imprenta.
Le explico que yo ya he terminado mi trabajo, que he retrasado todo lo que he podido el desarme del ordenador y que ya no puedo retrasarlo más. Le digo que, si me da un día más, me comprometo a ponerme a ello esta misma tarde en cuanto me monten el nuevo dormitorio y pueda volver a acceder al ordenador. Pero ya eso le parece demasiado tiempo. Menciona una posible renegociación de la tarifa, y me dice que si yo no puedo tendrá que encargarse él aunque la cague.
Me remuerde la conciencia (vamos, mi madre) y le llamo para decirle que voy a volver a montar el ordenador en otra habitación y que me pongo esa misma noche, pero que quiero una lista priorizada de los cambios que quieren. Esa noche, después de cenar, monto el ordenador en la buhardilla y empiezo a rehacer un trabajo que ya estaba terminado, decidido esta vez a cobrarle los trescientos que le pedí en un principio.
El trabajo resulta más arduo de lo que podría haber cabido imaginar. Agradezco encarecidamente el asesoramiento y el apoyo moral de Natalia durante el rato que pudo estar, y el de Mara que tenía insomnio. Dado que no quieren strippers sintéticos, tengo que buscar fotografías de archivo libres de derechos de autor. Toda la santa noche buscando. Al final encontré una foto de un chico con cara de estreñimiento arrancándose el traje, y la de una chica cubriéndose los pechos con un brazo y con la parte superior de su horterísimo bikini amarillo a lunares negros en la otra mano. Dedico cerca de una hora (o más) a postproducir esas imágenes para que no parezcan estar pegadas con mocos, trabajo con el fondo del flyer, integro luego los strippers en el cartel, elimino los teléfonos móviles de los flyers (con lo que el número del teléfono fijo respira con muchísima más holgura), y cuando ya son cerca de las tres... me toca enfrentarme al flyer de la música.
Las cinco menos diez. Ya he conseguido terminar el puto flyer (ahora no podrán decir que le falta vida, como yo tampoco podría decir que no es la mayor horterada que he hecho en mi vida), ya le he enviado las versiones previas al cliente y le he dejado claro que ya no da tiempo a hacer más cambios si lo quiere llevar a la imprenta a la mañana siguiente. He quedado con Natalia el miércoles por la mañana, pero en principio sólo tengo que darle al cliente el cd y estamos listos. Me acuesto, sabiendo que el cliente me va a llamar a las diez. Segundo trabajo terminado cumpliendo con el plazo, bastante convincente a nivel técnico y respetando la misma idea original, por lo que los objetivos de comunicación quedan alcanzados.
Me llama a las diez menos diez, me pilla recién levantado y cagando. Le contesto con la esperanza de que me diga que todo está listo, pero veréis... es que ahora la stripper resulta demasiado porno. Claro, porque como la chica sale completamente tapada pero quitándose la ropa (como si estuviera, cómo se dice esto... ¿haciendo un striptease?)... Luego resulta que ahora el texto de aquél otro flyer es mucho más legible, pero a su vez lo que mejor se lee son las líneas “Karaoke” y “Tunas”, y él quería que hiciera hincapié en lo de orquestas (cosa que tampoco se le ocurrió decirme antes). Por suerte la imagen del flyer de la música les ha encantado a todos, que preguntan de dónde se ha sacado Jesús Rivas (a quien llamaremos “el cliente” para mantener su glutamato) a un creativo publicitario con tanto talento como yo (que no se piensen que se me ha olvidado que esa gente, que vio los originales, dijeron que mi trabajo del día anterior era una mierda). Total que lo necesitan para esa tarde a las cuatro para llevarlo a imprenta con carácter de urgencia.
(uno ya empezaría a pensar que, si de verdad le corriese tantísima prisa, se habría quedado con la primera versión, ¿no?)
Cabreado porque me ha jodido la reunión con Natalia (a la que ya es tarde para avisar de que no venga) y porque le ha importado una mierda que me pase hasta las cinco de la mañana trabajando en algo que ya estaba hecho y por lo que no me había dado ni las gracias y ahora iba a tener que rehacerlo porque la stripper salía muy desnuda, subo el precio. De cuatrocientos no tengo intención de bajar (y si acabo bajando, lo dejo en trescientos Y Voy A La Ruina). Dedico media mañana al rediseño del trabajo, a cambiar a la stripper, a modificar las tiras para arrancar (que el cliente no para de pedirme cambios para esa mierda de tiras) y a hacer más legible la palabra “Orquestas”. Agradezco encarecidamente el asesoramiento y el apoyo moral de Natalia. No dejo de preguntarme dónde ha quedado aquello de “Yo no tengo ni idea, confío plenamente en tu criterio como creativo, tú eres el profesional”. Y cuando ya lo llevo por la mitad, ¿qué creéis?
Efectivamente, oh lectores atentos (sí, tú), LOS DE LOS MUEBLES LLEGAN CON CUATRO HORAS DE ANTELACIÓN. Así que tengo que dividirme entre el trabajo y vigilar a estos caballeros por si algo va mal. Aviso al cliente de que ya casi está todo, pero que quizás llegue algo tarde. Termino de trabajar, bajo a comer, subo a vestirme y me voy a la oficina del cliente.
Desde después de cenar la noche anterior, sólo he parado para dormir y para comer. Doce horas con sólo una pausa de cuatro para dormir y una de media para comer. Pero he terminado por tercera vez el mismo trabajo dentro del plazo, con un nivel técnico bastante presentable y la misma idea eficaz de siempre.
Bien. Llego a la oficina y no consigo aparcar, así que me dedico a buscar aparcamiento. Lo encuentro cerca del Corte Inglés (lo que, a ojo, está a media hora de la oficina andando). Para colmo, con las prisas, he salido sin el móvil ni la cartera. Me pego la caminata, llego a la oficina a las cinco menos veinte, llamo al telefonillo... y no contesta nadie.
Frustrado, me voy a buscar una cabina y rebusco entre la chatarrilla que se me había salido de la cartera y ahora campaba por la mariconera como si hubieran nacido allí. Por suerte, de tanto modificar los números de teléfono en los flyers y el cartel, me lo he aprendido de memoria. Llamo al cliente (le llamo Jesús, porque se llama Jesús Rivas, pero me vais a permitir que le siga llamando “el cliente” porque no quiero revelar su identidad) y le pregunto por qué coño no me abren la puerta. Cuando vuelvo, efectivamente, ya sí me abren.
Pues como cabía esperar, aún tienen pegas. La barra de la stripper no llega hasta el cielo, y eso ofende al buen Dios (o en su defecto no les gusta, dicen que parece que la stripper lleva una espada... ¿qué tendría eso de malo?). Le digo que me pase el portátil y le corrijo la barra allí mismo y en riguroso directo. Todo resuelto. Y entonces...
... llega la renegociación.
Le explico de buenas maneras que el volumen de trabajo se ha incrementado a lo bestia; él me interrumpe de malas maneras (pero de colegueo, eso sí), y me explica que lo comprende, que es normal que el trabajo se haya prolongado más de lo previsto porque como yo aún arrastro toda esta inexperiencia y me falta esa soltura necesaria para este trabajo...
Bien empezamos. Le digo que, a la vista de todo lo que he tenido que hacer, ciento cincuenta euros me parece bastante poco. Él se acojona. Le digo mi nuevo precio (cuatrocientos). Él me dice que estaba pensando en darme doscientos, que su mujer le había dicho que darle cincuenta euros más al publicista era una locura, pero que él se ha empeñado en tener ese generoso detalle conmigo. Yo le digo que para generoso yo, que le estoy pidiendo una tercera parte de lo que le podrían pedir en una agencia publicitaria mediana. Él no está dispuesto a ceder, así que, como muestra de buena voluntad... vuelvo a ceder yo. Y le pido trescientos, que fue lo primero que le pedí.
La frase: “Olvídate, porque eso no va a pasar nunca”. Su oferta generosísima de los doscientos euros acaba de expirar, ha vuelto a los ciento cincuenta (¿alguien más se ha dado cuenta de que siempre me ofrece justo LA MITAD DE LO QUE LE PIDO?). Ha roto la negociación, no piensa ceder, no piensa escuchar; de hecho yo he rebajado mis exigencias, y a cambio él ha rebajado su oferta (quizás es lo único en lo que hemos acabado de acuerdo).
Como él ha agotado la vía diplomática, yo hago un último intento con amenaza incorporada. Le digo que convendría que llegásemos a un acuerdo, porque la alternativa era que yo cogiese el CD, me lo llevase a casa, él se quedase con la versión anterior (esa tan horrible que a todos les había dado pesadillas, ya sabéis) y me pagase los ciento cincuenta si todavía quería. Él me dice que eso sería un acto chulesco de “aquí me planto y de aquí no me mueves”, y que no creía merecerse eso dado que él no me había hablado a mí así. A lo que yo, obviamente, le respondo “¡pero si me acabas de hacer lo mismo tú a mí!”
La negociación va en decadencia. Ambos coincidimos en que yo debería haberle avisado la noche del martes de que quería más dinero por seguir adelante con el trabajo, pero me justifico diciendo que fue él, esa misma noche, el que me habló de renegociar el precio. Ahí me asombra al darme su explicación: él no estaba hablando de pagarme más por mi trabajo, sino de PAGARME MENOS por no rehacerle algo que ya estaba hecho (en lugar de no pagarme más, que sí habría sido algo más coherente). Yo le repito varias veces que he tenido que rehacer el trabajo prácticamente cada hora, con cambios de última hora cada veinte minutos, y que han sido dos días de trabajo intensivo (aún me cuesta creer que sólo hayan sido dos días). Él me dice que yo no he hecho más trabajo del que me pidió, y que el problema estaba en que, como yo le decía claramente cada vez que le enviaba el trabajo a tiempo, lo que yo le mandaba no cumplía los objetivos.
Algunos de vosotros ya me conocéis lo suficiente como para contestar a la pregunta “¿Soy acaso tan gilipollas como para decirle que mi trabajo no cumple los objetivos, y de esa forma verme obligado a rehacerlo una y otra vez?”. Pero para los que no, permitidme que os recuerde que la idea del cartel ha sido siempre la misma. Lo único que ha cambiado han sido cuestiones técnicas. Es la composición, el mensaje en sí, lo que cumple o no con los objetivos. Si a la primera vez no cumplía los objetivos, ¿cómo es que a la tercera sí? O dicho de otra forma, si a la tercera vez sí los cumplía... ¿Por qué lo he tenido que rehacer, si era la misma idea de las dos veces anteriores?
Pero no, yo he hecho un mismo mensaje uniforme en todo momento que cumplía los objetivos de comunicación, y el cliente me ha pedido que repita cuestiones técnicas; pero, por supuesto, eso es porque yo siempre le decía que mi trabajo era una mierda y que no cumplía con los objetivos. Claro, que estamos hablando del mismo caballero que estaba convencido de que yo le había dicho “Verás, te he fabricado un castillo hinchable en 3D porque quiero que cojas el que ya te he dicho varias veces que puede estar sujeto a derechos de autor”.
Concluyendo que ninguno de los dos iba a convencer al otro, y a pesar de que yo le he repetido el mismo trabajo (cumpliendo siempre los objetivos) tres veces en dos días (y siempre a las prisas, porque la imprenta...), a la vista de que él ya ni siquiera pensaba volver a ofrecerme generosamente esos cincuenta euros de más, hemos acabado llegando a un acuerdo bastante justo: él me paga los ciento cincuenta euros que acordamos inicialmente, y yo no vuelvo jamás en la puta vida a trabajar para él.
Os juro que estos dos días se me han hecho eternos. No creo que jamás en la vida me vaya a alegrar más de salir perdiendo en una negociación. Pero ahora sí, fuera de todo género de dudas, soy libre del ataque de los payasos hinchables musicales nudistas. Así que ya sabéis: si necesitáis artistas que animen vuestras fiestas y eventos sociales... Jesús Rivas, Espectá
NALGAS Vértigo. Acudid a él bajo vuestra responsabilidad, pero ateneos a las consecuencias... se tirará dos horas dándoos palique, asintiendo constantemente con ojos como platos y musitando “Te entiendo, te entiendo, te entiendo...”, pero luego ignorará lo que le pidáis y os llevará lo que le salga de los cojones. Si no ha respetado el criterio de un creativo publicitario (profesión que admira y venera), ¿qué esperáis que haga con el criterio de sus clientes, la población algecireña, a la que él considera compuesta íntegramente por garrulos?
Y sí, el post me ha quedado larguísimo. Pero os jodéis, que vosotros sólo habéis tenido que leerlo, yo lo he vivido.